jueves, 4 de septiembre de 2008

33

La otra noche no podía dormir. Eran las seis de la mañana y no paraba de dar vueltas en la cama; sentía un tremendo picor por todo el cuerpo, parecía como enfermo de alferecía. Decidí levantarme y darme una ducha. Tras esto, me sentí mucho mejor, pero me había desvelado, así que cogí algo de comida del frigorífico y las obras completas de Oscar Wilde. El libro tiene un prefacio, a modo de entradilla, donde hay una pequeña biografía del autor. Estuve leyendo durante un rato datos que ya conocía, hasta que hice un hallazgo bastante curioso para mí: se trataba del número que llevó Oscar Wilde durante su presidio en la cárcel de Reading.

El número tres siempre ha tenido algo de insólito, oscuro, incluso místico, para mí. De alguna u otra manera ha estado presente en muchos de los acontecimientos más relevantes de mi vida. Y como una suerte de perversa demostración de que no hay nada casual, sino causal, no sólo el tres ha sido protagonista: también el treinta y tres, y el trescientos treinta y tres. Suele sucederme por ejemplo que casi todas las noches miro el reloj y encuentro, con una inevitable a pesar de los años, mezcla de sorpresa y resignación, que éste marca las 3:33. De modo que cuando descubrí que la clave que identificaba a Wilde en su penitenciaría era C33, tampoco me extrañé mucho. Dos treses más la tercera letra del abecedario, esto es, tres treses.

He estado mirando por ahí, y parece que queda bonito de tatuaje. Ahora queda decididir dónde...

The ultimate acting is to destroy yourself (K. Kinski)