sábado, 31 de mayo de 2008

El sueño de la razón produce monstruos

Y aquí estamos tú y yo, al principio del túnel. Solos, desnudos y temblando de frío. La juventud que nos acompaña, el deseo de morder una vida que se abre ante nosotros, tan incierta, es sólo una quimera que desaparece enseguida, como Virgilio ante las puertas del Paraíso de Dante. Tenemos miedo. Avanzamos, tropezando contra las paredes frías y húmedas. Las lamemos, las chupamos, buscando algo que pueda alimentar nuestras almas hambrientas. Pero no hay nada. Nos aferramos a cualquier sombra que se cruza en nuestro camino. Pero sólo son sombras. Confías en mí, y yo intento negociar con Caronte el precio de todo. Pero no hay nada. Caballos desmembrados, viejas que se clavan las uñas en la garganta, desesperadas. Tienes que subir alto, trepar por la ladera de tus sueños rotos y mirarme desde la cima. Pero yo ya no estoy abajo y sólo te queda el deseo muerto de probar la hiel que se derrama entre mis dedos. Y te muerdes los labios con fiereza, pero ya no queda nada. Nada.

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